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Opinión

Tolerante: Mi primera vez en los toros 

Esta ha sido mi primera vez en una corrida de toros; ocurrieron cosas que no soy capaz de evocarlas, menos aún plasmarlas en tinta

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La primera corrida de toros de la Nueva España se celebró en 1529 en lo que hoy es el Zócalo de la Ciudad de México, 495 años después aún quedan 326 plazas o arenas. Desde hace 11 años, cinco de los 31 estados de México han prohibido las corridas de toros.

Esta ha sido mi primera vez en una corrida de toros. Como si fuera algo ajeno, en veintitrés años nunca me interesó nada relacionado con ese mundo. Sin embargo, un día cualquiera apareció la oportunidad

¿Podré tener fe del converso? El problema de la cancelación es que se pierde la capacidad de problematizar y para evitar la funa decides apoyar causas políticamente correctas sin preguntarte por qué las apoyas. 

En la fila para recoger las acreditaciones conocí a un chico que buscaba comprar boletos y que estaba ahí para pasarlo bien. —Es viernes, vengo con amigos a disfrutar y ponerme hasta mi madre ¿estás bebiendo algo güey?  

Tuve que aclararle que venía, en parte, por trabajo pero él no entendía razones. —No, no, si vienes a la fiesta brava es de ley tomar un buen trago —. Sonrió y le pidió a uno de sus amigos que me diera un trago de tequila de la bota. —Vamos a enseñarle al morro. Sírvele bien—.

Me reí nerviosamente, acepté el trago que sabía a látex y me arrugué como si hubiera comido un limón. —Está bueno ¿no? —su grupo de amigos morían de risa. 

El grupo de amigos me aseguran que a los toros va todo tipo de gente, y si no hubiera estado observando a la muchedumbre, quizás no me lo hubiera creído del todo. Enseguida me tomó del hombro para asegurarse de que le prestaba atención. —Yo vengo desde niño porque es una tradición de la familia.

—Cuéntame, dijo, ¿en qué trabajas?, ¿vienes por parte de la organización?

—No, dije. Vengo como prensa.

—Ah, ¿si? Me miró de pies a cabeza con cierto interés. ¿Vas a tomar fotos?,  ¿de qué medio vienes?

—No, vengo a hacer una crónica, dije.

Traté de no llamar de más la atención y de cambiar la conversación. —Tal vez haya manifestantes —dije. —Si eso pasa entonces sí tomaré algunas fotos—.

 —¿Qué clase de manifestación?

Busqué mirar a otro lado —De la gente que se opone, ya sabes —.

La sonrisa de su rostro se desvaneció —¿De qué chingados hablas? —. Bueno — me encogí de hombros —De los manifestantes que quieren cancelar las corridas, viste que el Presidente envió una reforma contra el maltrato animal —.

—¡Ah eso! —exclamó. Luego comenzó a agitar las manos con molestia —¡Esos hijos de puta no vendrán hoy, solo hacen su desmadre cuando quieren! — movía su cabeza desesperadamente —Ellos van allí a protestar por lo que creen y nosotros vamos a disfrutar lo que nos gusta —.

Después otro de los chicos interrumpe y asevera que los antitaurinos “no conocen el rito tal y como es; cuando llegas a la plaza, lo que puedes ver es que se está matando un animal. Pero cuando descubres cuál es el rito, te das cuenta de que al toro se le pone en igualdad de condiciones al torero, el animal está íntegro desde que nace hasta que llega a la plaza”.

—Además, no creo que pase esa reforma —sentencia uno de los chicos —para ellos es la lucha de poder la que les emociona,  mitifican al toro porque lo creen superior, para llegar a comprender lo que aquí se está representando, primero hay que cultivarse y educarse —.

Ahora mirándome a los ojos preguntó —¿Qué clase de crónica vas a hacer? —.

—De lo que vea, una honesta —respondí. Yo quería contar mi experiencia acerca de un evento polémico, buscaba comprender su complejidad, entender qué era eso que encantaba a la gente y hace a las novilladas lo que son, quizás descubrir que a mi también podían gustarme y que no era tan diferente a esa gente. 

En efecto, no había ningún manifestante a la vista. Todo marchaba con una amenazadora tranquilidad, como si días antes la Plaza México —la más grande del mundo— no hubiera sido testigo de cómo los activistas y defensores de los derechos de los animales protestaron en contra de las corridas al grito de toros sí, toreros no, luego de más de año y medio de suspensión.

A la entrada había vanidosos pavoneándose borrachos y dando palmadas en un montón de espaldas. Algunos vestidos con pantalones vaqueros, camisas y sombreros de copa partida.

Pero también algunos chicos que no representan el perfil que uno esperaría encontrar en un lugar así, porque son menores de 25 años. Infiere que la afición taurina entre los jóvenes sigue vigente. 

—Gracias por el trago. Y que la pasen bien (supuse) —.

Me invitó a tomar otro, pero dije que esperaba a otras personas y debíamos apresurarnos para encontrar un buen lugar.  

La cosa se complicó cuando llegó mi turno en la fila, debía conseguir tres pases y sólo había dos disponibles. 

—El espacio para el callejón está lleno. No puedo dejar pasar a más prensa, y ¿qué es eso de Capital 21?

—Enviaron un mail donde nos aceptaron tres pases, venimos dos reporteros y una fotógrafa —dije. La chica parecía interesada, e incluso agradable, pero no había nada que pudiera hacer. Le insistí con más palabrería y al final me ofreció darme los tres pases en las primeras filas de la grada. 

—Debemos tener acceso a todo y si es posible hacer alguna entrevista—. Pero por más que intenté no logré persuadirla.

—Mira, si solo vas a tomar fotos y a hacer una nota con los pases que te daré puedes moverte por toda la Plaza, excepto en el callejón, desde las primeras filas podrás ver todo —Finalmente me rendí.

Cuando entramos a la Plaza uno de los acomodadores prometió darnos el mejor lugar. 

—Aquí hasta le va a salpicar la sangre joven—. No bromeaba, estábamos en la primera fila a solo unos metros de la acción. La Plaza estaba medio vacía y la bocanada de los puros se extendía por todo el recinto. El tabaco también forma parte del rito

El ruedo habla por sí mismo a pesar de que nos reciben pasodobles de una lírica innecesaria. El ambiente sugiere un manicomio al aire libre. Hay un constante flujo de vendedores entre la multitud con bandejas repletas de bebidas y alguna que otra botana. Recomiendan mezcal o tequila para acompañar. 

Mi desconocimiento es total: Antes de entrar en materia, me vacuno contra cualquier prejuicio y fobia, mis acompañantes se encargan de darme una clase de tauromaquia express. Lo que sí tengo claro es que las corridas de toros son el único espectáculo del mundo en el que alguien muere. El toro siempre, el torero a veces.

—¡Por Dios! ¡Cien pesos por un pinche vasito de tequila! —reclama un hombre en la butaca de arriba. 

La corrida tiene varias particularidades, primero porque es de noche. Parece algo atípico. Solamente torean mujeres en está ocasión y uno de mis acompañantes menciona que tal vez sea la razón de la afluencia venida a menos.

“Históricamente, la tauromaquia ha sido dominada por hombres, sin embargo, las mujeres siempre han desafiado estas normas establecidas”; “Para estar frente al toro se necesita valor y el valor no tiene género” se lee en el programa. 

Rocío Morelli, joven novillera con más de cuarenta festejos es la primera espada en salir a escena. Se dice que si se lanza al aire la montera y cae con la copa arriba es de buena suerte. Casi a la fuerza cae hacia arriba. 

Enseguida, el toro sale como fiera para la guerra y corre por todo el ruedo. Aturdido. Es de un hermoso negro colorido y los cuernos son imitación de una cabra salvaje. Su nombre es tolerante, pseudónimo de indiferencia.
Caras pálidas, look ranchero, chaquetas de piel y cuellos abotonados. Gozando en silencio al momento que el toro agarra ritmo. 

—Óle, óle, se escucha al unísono mientras Paola se divierte.

De pronto el toro impacta al jinete y el público se levanta —No es necesario que le piquen tanto—, exclama una mujer. Dos veces le ha tenido que clavar con una especie de lanza para evitar que lo vuelva a tumbar. 

Cinco hombres más aparecen a lo largo del circuito para clavarle 3 pares de banderillas. El vino tinto explota y Tolerante se agita. 

—Vivan las mujeres de la fiesta brava —tercia una dama —¡Vivan! —responde el público. 

—Bájale la mano, gritó alguien a lo lejos —¡Cállate cabrón! Por eso ella está abajo y tú arriba—.

Su sangre era lumbre; el pulso se le aceleró, como viajero apresurado. Y conforme la sangre se derramaba, más se debilitó Tolerante y más se envalentonó la matadora con mirada retadora. 

—¡Shh!…, el silencio de plomo es la sentencia de muerte.

Morelli se prepara para terminar la faena. El sosiego era un instante aterrador y cuando por fin se anima, Tolerante le tira la espada. La multitud la vitorea para animarle.

Segundo ‘strike’ y aún no lo puede matar. Comienza la rechifla. De nuevo lo torea. Si en algo coinciden antitaurinos y taurinos es que el toro debe sufrir lo menos posible. 

—Viva la libertad, Viva Cristo Rey —chillán entre bullas. Yo solo puedo pensar en la incruenta contrariedad del rito de la misa comparado con las corridas. ¿Qué hallará esa gente en ese instante cuando están a punto de matar al toro? 

En medio de la novillada un chico de apenas unos 19 años decide tomar un descanso y se sienta a lado de mí. No es un chico de la alta sociedad, es uno de los vendedores de botanas. Carlos me cuenta que vive de esto como otras personas. 

Aplaude cada vez que considera que la matadora hace una buena maniobra. Yo entiendo a la gente que vive del toro. No son asesinos, no son sádicos ¿Qué diferencia hay entre el carnicero y el que vive de los toros?, ¿acaso no se hace el mismo daño?

A lo lejos alguien no puede evitar gritar “Viva López Obrador”, se divide el graderío entre los irónicos ¡Viva! y los chiflidos de reclamo. La acción dibuja la sonrisa en el rostro de Carlos, lo está pasando bien. 

Cuando le pregunto si le gusta mucho venir a los toros responde “es una fiesta, emoción y poesía pura, me gusta mucho”. “Mira, ahorita si no se lo chinga la van a sancionar”, explica. 

Finalmente llega el pinchazo definitivo y Tolerante cae. La muerte no me sorprende porque la veo a menudo en las calles. Estoy acostumbrado a la vida, la muerte y el dolor. Lo que no me gusta es que la muerte se vuelva un espectáculo. 

—El toro daba para dos vueltas más, así pasa —se lamenta Carlos y me dice como todo un experto no ha sido la mejor corrida. 

—Es que hizo trampa al aventar el sombrero, dije.

Una vez abatido los hombres lo sujetaron con cadenas a una carreta jalada por dos caballos que arrastraron a Tolerante y la matadora procedió a dar una vuelta al ruedo mientras era aclamada por el público que le lanzaba sombreros como acto de reconocimiento y heroísmo.

El resto de la noche derivó en una especie de demencia. Ocurrieron cosas que no soy capaz de evocarlas, menos aún plasmarlas en tinta.  La siguiente cosa impactante fue uno de los recuerdos que nunca olvidaré. Cuando llegó el turno de Hilda Tenorio, experimentada novilla michoacana, tuvo que enfrentarse a Mezquite, un toro de 576 kg. 

De nuevo se repite todo, pero está vez Mezquite resiste los constantes espadazos para fulminarlo. La gente se impacienta y comienza a chiflarle a Hilda, quién luce desesperada por no poder matarlo.  

Hace cinco años Tenorio sufrió un grave percance en la cara que le provocó numerosas fracturas. De pronto, parecía que los fantasmas de ese día regresaban cada vez que se ponía frente al toro.

Mientras tanto, Mezquiete sufre como cualquier ser vivo. La diferencia es que es el humano quién siente el derecho a disponer de las condiciones de vida y de muerte del animal. Es entonces cuando me cuestiono de nuevo por qué he venido, ¿había ido hasta allí para ver la actuación de las verdaderas bestias?

Luego siento impotencia, creería que solo tiene derecho a matar el toro quien arriesga la vida, pero no dimensiono el arte en el que las matadoras escapan del deshonor. ¿Qué clase de arte es el que alimenta la saciedad?

Mezquite me oprime el corazón. En algún momento desee que se hiciera justicia y pasara el cuerno por alguno de los toreros. Llegó el tercer aviso y Mezquite sobrevivió a la matadora. “Pobre de ella”, me dijo mi acompañante. Con la mirada llena de decepción Hilda abandonó el ruedo en un coro de abucheos por no haber matado al toro. 

Pero eso no impidió la muerte de Mezquite, los toros entran a la Plaza muertos porque pase lo que pase terminan siendo sacrificados a fin de preparar su carne para el consumo. Quizás sea complicado entender la “fiesta” cuando vas por primera vez a la México, pareciera que te quedas en la espuma que apenas te pellizca la emoción. 

La crítica a las corridas no puede venir desde la moralidad. Si la tauromaquia representa un espectáculo de culto y arte, asumo ser un inculto y desconocedor del arte.

No entiendo un arte donde un humano pasa por encima de la dignidad de un animal ante un público alborozado y al mismo tiempo reconozco que ser antitaurino no te hace más humano que el taurino. 

Todo reportero olfatea la nota, en este caso, algunos pensarían que la derrota de Tenorio fue la nota, otros destacarían las orejas que ganó Morelli e incluso que en medio de la discusión sobre si deben o no prohibirse las corridas no hubiese un solo manifestante.

Pero para mí, hubo algo más representativo y simbólico sobre el final de esa cultura atávica: unos niños con pinta de que podrían ser toreros se acercaron a mí para venderme las banderillas con olor azufre y llenas de sangre que le habían enterrado al toro, pedían $200 por dos de ellas.

—Ándale, compra aunque sea una, te doy dos por $150 —dijo el mayor de los niños. Varios hombres se acercaron sin dudarlo y apresuradamente les entregaron el dinero para que nadie les ganara la “oferta”. 

Luego procedieron a posar jubilosamente frente a las cámaras y se llevaron las banderillas bañadas de rojo. ¿Qué habrán hecho esos hombres con las banderillas?, ¿las colgaron como trofeo en su casa? Lo que seduce a los taurinos es el deseo de  jugar con el riesgo, la tertulia, la camaradería, la transgresión permitida, el ápice de la expresión humana y animal.

Pero los tiempos han cambiado y así como el toro, algunas tradiciones son sacrificadas, otras mueren lentamente y también nacen otras formas de expresar la cultura.

Opinión

Cartas al Centro Histórico | Huaraches Barrio Warrior

“Los Huaraches Barrio Warrior nacieron para brindarles a cada uno de nuestros comensales una experiencia única del centro de México”

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La Ciudad de México es un punto culinario que no deja de impresionarnos cada que vamos a comer y probamos algo nuevo, como los huaraches.

El término huarache deriva de la palabra «kwarachi», de la lengua purépecha del occidente del país. Y es el nombre de nuestra especialidad hecha con masa de maíz pues en su forma se parece al calzado tradicional mexicano.

Los Huaraches Barrio Warrior nacieron para brindarles a cada uno de nuestros comensales una experiencia única del centro de México, en el barrio de la Guerrero. Decidimos hacerlos un poco más grandes que los habituales y eso nos ha caracterizado.

En los años recientes vivimos la etapa de la pandemia bastante fuerte. Sin poder abrir un local al público que tuvo que guardar la sana distancia, decidimos ofrecer este delicioso platillo a través del denominado concepto dark kitchen o cocina oculta, y lo vendimos a través de las distintas aplicaciones móviles de comida para llevar. Así lo hicimos desde nuestro pequeño apartamento, ubicado en la colonia Guerrero, e iniciamos operaciones en esta modalidad en octubre 2020.

Desde esa fecha trabajamos día con día para ofrecerles a nuestros clientes el mejor servicio de la mano de la mejor calidad de cada uno de nuestros ingredientes.

Tenemos una gran variedad de guisados para acompañar el delicioso huarache, como los guisados de costilla, la pechuga de pollo empanizada, la salchicha asada, el huevo revuelto y el bistec a la plancha.

Entregamos pedidos sobre todo en el Centro Histórico. Las personas ya saben de nuestra sazón y de la calidad del huarache, así que nuestros repartidores recorren las calles para entregar en los comercios y en las oficinas que pueblan el primer cuadro.

La pandemia nos enseñó a trabajar diferente y ya superada esa etapa, estamos contentos de tener una gran clientela en el corazón de la Ciudad.

Este texto es original y no ha sido modificado. Las opiniones expresadas por los columnistas son independientes y no reflejan necesariamente el punto de vista de Capital 21 o C21Noticias
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Cartas al Centro Histórico | Hospital de guitarras

opté por explotar mi “pasatiempo favorito”, reparando guitarras eléctricas, y así decidí en 1989 que la corbata ( de licenciado) había dado lo que tenía que dar.

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Fundado en 1989 | Mario Nava fundador y propietario licenciado en Administración de Empresas generación 68/72 Universidad Autónoma Nacional de México (UNAM). Reparación, diseño y mantenimiento de guitarras y bajos eléctricos.

Antecedentes: Desde muy joven (23 años) empecé a trabajar, fui gerente de refrescos Pascual a los 23 años, trabajé en Cervecería Moctezuma, Purina, Calzado Puma, sin embargo al no conseguir ascensos ni mejores prestaciones, opté por explotar mi “pasatiempo favorito”, reparando guitarras eléctricas, y así decidí en 1989 que la corbata ( de licenciado) había dado lo que tenía que dar.

Empecé con mi negocio: Guitar Hospital CDMX

Mis primeros clientes; Felipe Souza , un guitarrista del “TRI” llevó a “Alex Lora”, entre otros, Arturo Vázquez hijo de Isela Vega y Alberto Vázquez, guitarristas de varios artistas; Betsy Pecanins, Lupita D’Alessio, Héctor Jardón de José José; Alejandra Guzmán, Laureano Brizuela, Juan Gabriel, Emmanuel, Mijares y muchos guitarristas más.

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Cartas al Centro Histórico | La Calle de las Novias

La famosa Calle de las Novias se encuentra ubicada en el Centro Histórico de la Ciudad de México, en el barrio La Lagunilla

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La famosa Calle de las Novias se encuentra ubicada en el Centro Histórico de la Ciudad de México, en el barrio La Lagunilla. Esta es recorrida por miles y miles de novias que en algún momento de su vida se dan la vuelta y han encontrado el vestido de sus sueños en este encantador lugar.

La Calle de las Novias también es conocida con el nombre República de Chile. Que es la nomenclatura oficial y es continuación de Isabel la Católica. Esta hace esquina con otra calle llamada República de Honduras, en donde se encuentran actualmente distintos diseñadores de moda que luchan por rescatar y mantener viva la tradición de crear vestidos para fechas importantes en México.

Los locales comerciales que se encuentran en estas calles venden además toda una serie de artículos para las mujeres que se visten de manera especial para sus eventos festivos de boda o XV años. Como los rosarios, las biblias, los ropones, los ramos, los zapatos, los trajes de los acompañantes y telas. Pero principalmente vienen a escoger los vestidos de novia y XV años, que son dos tradiciones que por fortuna siguen vigentes en nuestro México.

También estas calles son visitadas por turistas extranjeros desde hace muchos años. Ellos admiran la creatividad de nuestros diseñadores y artesanos como parte importante del Centro Histórico. Además nos visitan compradores de diferentes partes de nuestro país, quienes siguen buscando aquí el vestido ideal para sus eventos.

Este texto es original y no ha sido modificado. Las opiniones expresadas por los columnistas son independientes y no reflejan necesariamente el punto de vista de Capital 21 o C21Noticias
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