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Opinión

El color de la sangre no se olvida

Rosa vivió el 2 de octubre del 68 en Tlatelolco, un día de manifestaciones y represión estudiantil. Junto a su novio, sobrevivieron a la violencia y el miedo; 55 años después, lo recuerda como el día que cambió a México

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En aquellos lejanos sesentas, los vientos de cambio barrían con la tranquilidad de una sociedad donde los buenos modales se erigían como faros de respeto. En medio de este remanso de educación y valores, estaba Rosa, una joven de veinte años que bailaba al ritmo de los tiempos, con minifalda que compartía el tono de su nombre y un peinado que la hacía sentir como estrella del cine de oro, su figura era un fiel reflejo de una juventud que comenzaba a despertar.

La casa en la calle General Regules #11 de la Colonia Guerrero era una construcción que resistía el paso del tiempo, con su fachada de piedra y su portón de madera, aunque deteriorado por la escasez de recursos, se distinguía entre las viviendas pasteles de la colonia. El barrio, ubicado a pocos minutos de la Plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco y de la francesa Avenida Paseo de la Reforma, marcaba las diferencias sociales a través de sus vecindades.

El ambiente en la ciudad era inusual, con los preparativos para las Olimpiadas y las constantes manifestaciones la hacían pensar que el río del tiempo se encaminaba hacia la convulsión. Pero lo que más llamó la atención de Rosa fue una escena en el Zócalo: estudiantes marchaban en silencio, tomados de los brazos, bajo la atenta custodia de policías armados con unas escopetas y siniestros cuchillos al frente. 

Una intriga inicial cedió paso al coraje, y Rosa se unió a las voces que gritaban “¡puercos!, ¡déjenlos en paz!“, desafiando a la autoridad que pretendía aplastar la disidencia.

En ese entonces la búsqueda de información se tejía entre las palabras de Jacobo Zabludovsky en el programa 24 Horas y las voces de la ciudad. No se sabía bien las razones por las que protestaban, pero sí que no causaban daño alguno

Rosa cumplía su deber matinal en una tienda de regalos en el Centro Histórico, mientras su novio Raúl, trabajaba en una relojería cercana. Por las tardes, él la acompañaba a casa, pues en aquellos tiempos, “una dama no podía pasear sola sin la sombra de un hombre”. La protección paterna aguardaba en la puerta, velando por que su hija no fuera a otro lado.

Pero el fatídico 2 de octubre de 1968, Rosa decidió romper con su rutina. Tras un paseo en el Parque La Libertad con Raúl, donde el toque de queda ya estaba en vigor a raíz de los disturbios del movimiento estudiantil, la tarde se alargó en la conversación con su novio. 

Dos helicópteros surcaban los cielos, y las principales avenidas estaban bloqueadas por el Ejército. Cuando se percataron de un mitin cercano, dos jóvenes les aconsejaron retirarse pacíficamente a sus hogares una vez que terminara. A pesar de no ser estudiantes, su juventud los delató, y pronto se vieron confundidos con los manifestantes. Entonces, resonaron en el aire los gritos de “¡Ahí viene el Ejército!” y la tarde empezó a teñirse de angustia.

Una bengala verde apareció iluminando el cielo y antes de que pudieran levantarse de la banca del parque comenzaron a escucharse los disparos. El eco de los casquillos de bala retumbaron contra los edificios y el suelo al mismo tiempo que se escuchaban los desesperados gritos de auxilio.

Los disparos no acababan, el horror estaba latente y la muerte se hizo presente. Veían casi paralizados cómo la gente huía, el corazón se les salía del pecho hasta que por fin volvieron. En la entrada, el padre de Rosa los esperaba con el temor palpable en su rostro. 

Las palabras de reproche del padre se esfumaron al son de los disparos y juntos se refugiaron. Sin embargo, Raúl se empeñó en irse a pesar de las súplicas de Rosa, quien presentía un peligro latente en medio de los tanques y los soldados que rodeaban el barrio.

Cientos de balas volaban hasta el patio, resonaban como un lamento fúnebre, y después el silencio descendió como un sudario sobre la noche. La reverberación de los tanques y el paso firme de los soldados transformaron la velada en un funeral silente, mientras los estudiantes se escondían en las casas y los soldados desataban su furia, derribando puertas en busca de ellos.

Impulsada por la curiosidad, Rosa se asomó por la azotea. Allí entre la lluvia como testigo de muda tragedia vio un cuadro macabro: estudiantes, promesas del futuro, yacían inertes en la vereda, recogidos como basura por camiones con palas. Sus lágrimas comenzaron a caer, y los sentimientos se mezclaron en un torbellino de impotencia, tristeza, rabia y enojo. Temía por Raúl y que entrarán a su casa.

La madrugada avanzó. El amanecer trajo una escena aún más desgarradora: un río rojo fluía hacia las alcantarillas, un color de sangre que no se olvida. Los militares exigían identificación para transitar libremente, y sólo permitían el paso a los residentes del vecindario.

Sin explicación alguna, la vida siguió su curso, pero la tensión nunca abandonó el ambiente. En el titular de La Prensa se leía “Balacera del Ejército con estudiantes”. La versión oficial del gobierno de Gustavo Díaz Ordaz confirmó poco más de 20 muertos y decenas de heridos. Nada más falso.

Aquel día, Raúl no apareció para recogerla ni tampoco al día siguiente, se imaginó lo peor. Finalmente al tercer día llegaron noticias. El dueño de la relojería le contó que Raúl había sido arrestado y llevado a Santa Martha, pero su madre luchaba por sacarlo del tambo.

Raúl logró salir de la cárcel al demostrar que no era estudiante. Estaba malherido. Los soldados lo habían golpeado y aunque nunca compartió detalles de lo que había vivido, Rosa podía imaginar el tormento que había soportado.

Más de cincuenta años han transcurrido desde aquel oscuro miércoles de otoño. Aquel día, el México que ella conoció cambió para siempre, y en su memoria, 2 de octubre no se olvida.

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Cartas al Centro Histórico | Paragüería París

En 1955 la Paragüería Paris abrió sus puertas en el centro de la Ciudad de México

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En 1955 la Paragüería Paris abrió sus puertas en el centro de la Ciudad de México, exactamente sobre San Juan de Letrán, lo que ahora es el Eje Central Lázaro Cárdenas; uniéndose a los múltiples negocios que en esa época se dedicaban a la venta y reparación de paraguas, pues estos eran y son un accesorio indispensable para todas las personas que padecemos las lluvias en la calle, durante la temporada de aguas.

En ese entonces los paraguas se traían de muchas partes del mundo y sus distintos mecanismos para abrir y cerrar tenían sus particularidades, y en la París se conocían todos y los podían reparar. Además de ofrecer paraguas de buena calidad y diseños muy especiales.

Desde 1975 y hasta el día de hoy el señor Refugio Bonilla, mejor conocido como Don Cuco, se ha encargado de atender a los clientes con entrega y amor. Don Cuco aprendió del propietario el oficio de reparar los paraguas y gracias a su trabajo todos estos años ha logrado que éste no desaparezca en nuestro país. Su amplia experiencia le permite reparar cualquier paraguas con habilidad y diligencia; pero en el trato directo con los clientes se distingue una capacidad especial para comprender el cariño que muchos le tienen a sus paraguas, pues muchos pertenecieron a familiares que ya han fallecido o han sido regalos de personas muy queridas mientras otros recuerdan los viajes al extranjero donde quizás compraron su paraguas.

La Paragüería París ha pertenecido a tres generaciones Fernández. Los fundadores del negocio fueron los señores José Soto y Valeriano Fernández, españoles provenientes de la provincia de Orense en España, quienes sintieron un cariño y agradecimiento hacia México por la acogida que recibieron al llegar al país. El señor Valeriano Fernández formó una familia y junto a su socio iniciaron este negocio cuyo oficio es de gran tradición en su natal Galicia.

Hacia el año de 1960 el señor Valeriano Fernández quedó como único dueño del establecimiento. Él decía: “A lo largo de más de 70 años hemos ofrecido la venta y reparación de paraguas y el servicio profesional de afilado de chchillos; y mientras los clientes nos sigan buscando, seguiremos atendiéndoles con el mismo gusto de siempre.” La prioridad de los propietarios siempre ha sido la completa satisfacción de sus clientes a través de un trato cálido y honesto, así como de la calidad de sus productos.

Desafortunadamente la Paragüería París tuvo que cerrar sus puertas en el 2023, pero sigue dando sus servicios a domicilio contactando a sus clientes a través de medios electrónicos. Gracias a estas nuevas posibilidades de comunicación se siguen reparando los paraguas que son queridos por los clientes y con el mismo trato de cuando inició el negocio en el Centro Histórico. De esta forma el oficio pervive y se mantienen los paraguas de postín.

Este texto es original y no ha sido modificado. Las opiniones expresadas por los columnistas son independientes y no reflejan necesariamente el punto de vista de Capital 21 o C21Noticias
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Cartas al Centro Histórico | La Jefa Elizabeth Morgan – Productos Esotéricos –

“Este mercado es muy tradicional y funciona desde los años cincuenta, somos más de 400 locales. Muchos hacemos ventas de productos esotéricos”

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Soy Elizabeth Morgan, llevo más de 20 años trabajando en el Mercado Sonora, pasillo 8 local 182. Este mercado es muy tradicional y funciona desde los años cincuenta, somos más de 400 locales. Muchos hacemos ventas de productos esotéricos. Yo llegué aquí por mi papá, quien tuvo junto con su esposa su local desde la inauguración del mercado.

Nuestro propósito ante el cliente es hacer lo posible para solucionar todos sus problemas y nunca abandonarlos, sin importar la situación en la que se encuentren, dando un servicio de total compresión y honestidad. Ayudamos a levantar negocios, a resolver problemas con el amor, el dinero, en fin.

Contamos con varios productos entre ellos lo más populares son: las veladoras, los amuletos, las lociones, esencias y perfumes, las hierbas frescas, las medallas, las sábilas para la abundancia y las figuras religiosas.

Yo ofrezco mis servicios como la lectura de cartas y de caracoles. Hago limpias personales, de casas y negocios, y trabajos negros, blancos, amarres y entierros entre muchos más.

Lo que más me piden son cosas para el amor, para el dinero y para la salud. Las veladoras las preparamos para la cuestión que se busca. Por ejemplo para el amor, o para que nos paguen deudas pronto. Son de parafina pero nosotros les hacemos una preparación especial. En la parafina marcamos el nombre de la persona para quien es el trabajo. Y le ponemos la esencia con aceite de oliva y yerba bruja y abre camino.

El velón se consagra de arriba hacia abajo y se pone en un plato de barro crudo, sin decoraciones. Y les ponemos en la base otras cosas como la canela que lleva azúcar y almizcle. Se prende con cerillo de madera y se consagra. En la forma de la flama y de cómo se quema la vela, podemos advertir qué está pasando con la persona o el negocio. Y tan solo con prenderla comienza la purificación.

La miel de amor se pone en las partes íntimas de la mujer, para que ella sienta placer y él siempre regrese. Lo mismo la lengua de perro, es un perfume con feromonas para tener a la pareja contenta. O la del toloache, que es una preparación para que la pareja acceda siempre a lo que una quiere. El amarre sirve para cuando una persona se quiere ir y se busca evitar.

Nosotros siempre decimos la verdad. Porque la gente nos recomienda. Así que primero vemos las cartas para ver si hay posibilidades de lo que nos piden. Porque luego vienen con una necedad, que no le conviene a la persona. Así que se lo decimos para que sepan a qué se atienen.

Siempre hacemos tres lecturas: una general, otra específica y la última son preguntas, para que respondan lo que quiere la persona que consulta.
Luego vienen los famosos de la televisión, pero no voy a contar la vida de las personas, porque es algo privado.

Las medallas son cuestión de protección, de salud y de economía. La cruz para la familia, el nudo negro para los que nos dedicamos a los trabajos espirituales.

Yo siento que la base de toda religión es la espiritualidad y toda religión merece respeto, pues nos sirve para un crecimiento personal y espiritual. Aquí trabajamos varias de ellas y buscamos la que ayude a cada persona. El Mercado de Sonora es internacional, los turistas vienen a comprar barro tradicional, también las piñatas y todo lo esotérico.

Este texto es original y no ha sido modificado. Las opiniones expresadas por los columnistas son independientes y no reflejan necesariamente el punto de vista de Capital 21 o C21Noticias
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Cartas al Centro Histórico | Huaraches Barrio Warrior

“Los Huaraches Barrio Warrior nacieron para brindarles a cada uno de nuestros comensales una experiencia única del centro de México”

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La Ciudad de México es un punto culinario que no deja de impresionarnos cada que vamos a comer y probamos algo nuevo, como los huaraches.

El término huarache deriva de la palabra «kwarachi», de la lengua purépecha del occidente del país. Y es el nombre de nuestra especialidad hecha con masa de maíz pues en su forma se parece al calzado tradicional mexicano.

Los Huaraches Barrio Warrior nacieron para brindarles a cada uno de nuestros comensales una experiencia única del centro de México, en el barrio de la Guerrero. Decidimos hacerlos un poco más grandes que los habituales y eso nos ha caracterizado.

En los años recientes vivimos la etapa de la pandemia bastante fuerte. Sin poder abrir un local al público que tuvo que guardar la sana distancia, decidimos ofrecer este delicioso platillo a través del denominado concepto dark kitchen o cocina oculta, y lo vendimos a través de las distintas aplicaciones móviles de comida para llevar. Así lo hicimos desde nuestro pequeño apartamento, ubicado en la colonia Guerrero, e iniciamos operaciones en esta modalidad en octubre 2020.

Desde esa fecha trabajamos día con día para ofrecerles a nuestros clientes el mejor servicio de la mano de la mejor calidad de cada uno de nuestros ingredientes.

Tenemos una gran variedad de guisados para acompañar el delicioso huarache, como los guisados de costilla, la pechuga de pollo empanizada, la salchicha asada, el huevo revuelto y el bistec a la plancha.

Entregamos pedidos sobre todo en el Centro Histórico. Las personas ya saben de nuestra sazón y de la calidad del huarache, así que nuestros repartidores recorren las calles para entregar en los comercios y en las oficinas que pueblan el primer cuadro.

La pandemia nos enseñó a trabajar diferente y ya superada esa etapa, estamos contentos de tener una gran clientela en el corazón de la Ciudad.

Este texto es original y no ha sido modificado. Las opiniones expresadas por los columnistas son independientes y no reflejan necesariamente el punto de vista de Capital 21 o C21Noticias
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