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El Espejo de Eugenia

El espejo de Eugenia: Matilde Zúñiga

La obra de Matilde Zúñiga es la historia de miles de mujeres que vivieron una vida de claustro y pulcritud en silencio en el México del siglo XIX

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Una obra del periodo barroco podría ilustrar la naturaleza de la situación de la mujer medieval: La Lechera, del neerlandés Johannes Veermer (1632-1675). El primer plano de la criada la muestra sombría y ajada, entre el pan, el sudor, el delantal y la vasija, sin esperanza en la epifanía o en el milagro justiciero de un mundo por nacer y hacer. El claroscuro intencional nos presenta antagonismos y contradicciones. No es dama de la realeza, es cocinera. En ese mundo en el que, como dijo Octavio Paz en referencia a Sor Juana, las mujeres debían enclaustrarse para pensar, la sola exhibición de la sirvienta era provocativa y transgresora, porque, al tener expresa prohibición de ingresar a los salones aristocráticos, la plebeya podía sortear la proscripción solo de esa manera: pintada.

Aunque la historia registra el siglo xv como el de la defunción del periodo medieval y sus instituciones, entre ellas el vasallaje, en México entró en agonía en 1820, año de abolición de la Inquisición. En los estertores de esa era oscurantista nació, el 15 de octubre de 1834 en San Miguel de Zinacantepec, Estado de México, Matilde Zúñiga.

En hogar que gozaba de buena situación económica, Matilde recibió esmerada y pulcra educación, pero, como era habitual, su instrucción básica la recibió en su casa, porque la mezcla de tradición y hegemonía determinaba la singular reclusión de las niñas motivada por la protección y el ocultamiento, con el propósito de evitar romances perjudiciales y taras sociales. Ese claustro fue convertido por Matilde en escondite y oratorio, por la preceptiva imperante que determinaba que la educación religiosa debía ser la matriz y reguladora de las convenciones sociales, además de dedicar a la mujer espacios tan secundarios como sumisos.

Se mencionaba en la década del cincuenta del siglo xix, cuando Matilde Zúñiga entraba a su periodo de juventud, que en la educación de las mujeres debía primar la sensibilidad y la preparación para ser madre, acorde a las estipulaciones que la sociedad exigía, es decir, bajo la tutela del poder ejercido por el varón. En las escuelas los niños recibían clases de  herrería, torno, escultura, cerrajería, mientras las niñas debían aprender las bases de oficios futuros, vale decir, corte y confección, cocina y trabajos domésticos, o sea, la división social del trabajo en toda su manifestación simbólica y real de quehaceres masculinos dominantes y femeninos subyugados. El abismo cognitivo se profundizaría en los temas relacionados con la economía, historia, política. Lo resume María Guadalupe González y Lobo:

El avance que se consigue para “el bello sexo” es darles una buena educación y una sólida instrucción elemental para cumplir su misión en la vida: ser buenas madres de familia y cumplir con sus deberes de coser, lavar, planchar, así como a guisar y ser buenas reposteras, que aprendieran a comprar, hacer las cuentas de la cocina y a dirigir los quehaceres de la casa. Adquirido esto, y si había tiempo, aprender a tocar el piano y a pintar …[1]

Si había tiempo, aprender a pintar, dice González Lobo, y en ese espacio encontramos a la invisible Matilde, que iluminaría su cuarto propio gracias a un innato talento para el dibujo, el manejo de la acuarela y la vehemencia para escapar de la lobreguez reservada para ella.

Merced a su hermano Teodoro, que asistía a clases en el Instituto Científico Literario, conoció al pintor Felipe Santiago Gutiérrez, quien, al celebrar el virtuosismo de Matilde y su temprana vocación por el arte, se convertiría en su maestro y tutor, impulsando a la novel artista a adentrarse en el conocimiento riguroso de técnicas como la perspectiva, movimiento, textura, dimensiones, y, en especial, el cromatismo que vería la luz en los óleos que la pintora expondría más tarde.

Fue precisamente Santiago Gutiérrez quien rompió el aislamiento que hasta entonces apartaba a Matilde de la sociedad. En la inauguración del mercado central de Toluca y el edificio de Los Portales se realizó una exposición con lo mejor del arte mexiquense, y Matilde, con apenas dieciséis años, participó con su obra La Divina Infantita.

La corriente mariana, los retablos, la imitación del clasicismo religioso, marcaron a varias generaciones, y Matilde Zúñiga formó parte de esa escuela, aunque subvirtió la tendencia al imprimir su particular estilo en el retrato. Alrededor de 1852 produjo la obra de mayor trascendencia, denominada La Vestal, que significó una fractura para el canon del arte mexicano. La técnica depurada muestra pliegues de seda, aretes, collar, corona de laurel, urna con el fuego sagrado que la pintora debía cuidar a costa de su propia vida, como ella confesó.

En otra esfera, se mencionaba el interés amoroso que Gutiérrez demostraba por ella, pero, según fuentes del paisanaje, los padres de Matilde se opusieron a ese noviazgo por las raíces indígenas del artista, además, aspiraban que quien desposase a su hija fuese de su misma clase social. También operó en la censura filial un velado rechazo al pintor, a quien se le atribuía un origen relacionado con esa especie de rara avis que había visto la luz en las vagabunderías gitanas de la región de Bohemia, a sabiendas que el maestro era originario de Texcoco. Autor de un desnudo integral en su obra La cazadora de los Andes, Gutiérrez era admirado por su trazo excepcional, pero su amor silencioso por Matilde corría el riesgo de convertirse en licencioso, para usar un vocablo habitual en el léxico de las familias pudientes de aquel tiempo.

La última etapa de la vida de Matilde trascurrió, tras la muerte de sus padres, en hospicios donde cuidaba a niños y ancianos. En el ejercicio de su oficio de enfermera fue contagiada con el virus del tifus, epidemia que cegó millones de vidas.

Matilde falleció el 19 de marzo de 1889 a la edad de cincuenta y cinco años. Su vida de silencio y claustro, su obra de pulcritud y virtuosismo, son un legado contradictorio. De un lado el asombro por su estilo, su conocimiento del claroscuro, su manejo perfeccionista del dibujo, su destreza imitativa; de otro, la indignación por el sometimiento, la subordinación y la invisibilidad, que significó también el ocultamiento de una admirable artista del Estado de México.


[1] Ma. Guadalupe González y Lobo; Educación de la mujer en el siglo XIX mexicano; https://www.uam.mx/difusion/casadeltiempo/99_may_jun_2007/casa_del_tiempo_num99_53_58.pdf

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EL ESPEJO DE EUGENIA: ¿Navidad en Palestina?

La reparación histórica que el pueblo judío merecía tras el Holocausto se convirtió en una tragedia civilizatoria para el pueblo palestino.

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Por: Galo Mora Witt

Belén, casa del pan, tierra del alumbramiento de Jesús en aquel mítico pesebre, se encuentra en Cisjordania, y es desde hace siglos cuna de carpinteros y bordadoras. En Palestina se inició la Fiesta de Celebración de la Cruz, valor sacramental de la ascensión de Cristo. En La rosa niña, el genial cholo chorotega Rubén Darío nos daba luz sobre ese territorio al que Melchor, Gaspar y Baltazar llegaron desde el actual Túnez para ofrendar oro, incienso y mirra en la noche de la epifanía:

Cristal, oro y rosa. Alba en Palestina.
Salen los tres reyes de adorar al rey,
flor de infancia llena de una luz divina
que humaniza y dora la mula y el buey.

En Belén nacieron también José y María, Noemí y el Rey David,  suficiente collage simbólico para convertirse en presa, botín y colonia. A partir de la Declaración Balfour y la fundación del Estado de Israel en 1948, esa pretendida colonización se hizo realidad de manera patética y sangrienta. La reparación histórica que el pueblo judío merecía tras el Holocausto producido por el nazi-fascismo, se convirtió, a través del fanatismo sionista, en una tragedia civilizatoria para el pueblo palestino.

El 7 de octubre de 2023 varias comunidades agrícolas israelíes fueron brutalmente atacadas por cohetes e incursiones terrestres de la organización armada de resistencia islámica Hamás, acontecimiento que causó más de mil doscientos muertos. Lo paradójico es que la mayoría de los pobladores de aquellos kibutzim víctimas del terrorismo,  formaban parte de un experimento socialista que los acercaba más a las demandas palestinas de coexistencia de dos estados que a la política colonialista del gobierno de Israel. Si fue acaso desafío, contumelia, vandalismo político o vendetta sanguinaria, lo cierto es que Hamás con su acción criminal abrió el camino que las fuerzas reaccionarias israelitas estaban buscando desde hace lustros.  La respuesta, denominada operación Espada de Hierro, fue no solo desproporcionada: las fuerzas armadas israelíes convirtieron la Franja de Gaza en un infierno. Un reportaje del New York Times sembró una tormentosa duda sobre este atroz episodio. Funcionarios israelitas conocieron con un año de anticipación el plan de batalla de Hamas en documento extenso que describía fielmente la incursión armada, no obstante, fue desestimado por considerarlo inviable. Ese documento denominado por los servicios de inteligencia israelitas como Muro de Jericó, ¿fue ignorado a propósito para que sirviese al mismo tiempo como freno al avance de la izquierda israelí y como argumento para la invasión y conquista final del territorio palestino?

Benjamín Netanyahu, primer ministro y jefe de ejército de su país, es el principal responsable del asesinato de alrededor de veinte mil palestinos en Gaza y Cisjordania, entre ellos, millares de niños. Pero esta reciente acometida militar no es el resultado de la provocación de Hamás, es la acción que justifica un genocidio anunciado y proclamado sin rubor alguno desde antes de la Catástrofe o Nabka, como llaman los palestinos a la ocupación militar de Israel.  Observemos declaraciones que en los últimos ochenta años son manifestación del militarismo más grotesco y canalla, que pese al encubrimiento de la gran prensa universal, aliada al sionismo, no ha podido ser ocultada, porque sus propios voceros, displicentes y ufanos, la han voceado al mundo:

Está claro que no hay sitio para ambos pueblos, declaraba en 1940 Joseph Weitz, Director de Tierras y Forestación del Fondo Nacional Judío; David Ben Gurion, primer ministro de Israel, declaró: Debemos utilizar el terror, el asesinato, la intimidación, la confiscación y el corte de todos los servicios sociales para deshacernos de la población palestina; el general Shlomo Lahat agregó: Nosotros debemos matar a los palestinos, a menos que ellos acepten vivir como esclavos. [1] Años después la frenética escalada israelita acentuaría su disposición a borrar del mapa a Palestina: el historiador israelí Benny Morris señalaba que “durante la mayor parte de 1948, las ideas sobre cómo consolidar y eternizar el exilio palestino comenzaron a cristalizar, y se percibió de inmediato que la destrucción de las aldeas era un medio primario para lograr ese objetivo”; Moshe Dayan, vitoreado tras su victoria en la guerra de 1967, afirmaba, ufano y tuerto: no hay ninguna aldea, pueblo o ciudad en Israel que hoy no tenga un nombre hebreo, que antes no tuviera un nombre árabe…. Debemos reconocer que nuestro país lo hemos construido sobre los árabes;  otra figura celebrada por la prensa occidental, Golda Meir, arrugada y malévola, al responder sobre la posibilidad de regresar las tierras a sus legítimos dueños, manifestó: Cómo vamos a devolver los territorios ocupados. No hay a quién devolverlos. No hay tal cosa llamados palestinos. El genocida Ariel Sharon, soez y petulante proclamaba en 1982: Dejen que yo haga el trabajo sucio; dejen que con mi cañón y mi napalm quite a los indios las ganas de arrancar las cabelleras de nuestros hijos. Veinte años más tarde Guideón Ezra declaraba, contumaz: “Hay que causar daño a las familias de los terroristas y no sólo a sus casas: ofrecer un premio en dinero para quienes brinden información y enterrarlos envueltos en piel de cerdo o con sangre de cerdo, para volverlos impuros”.[2] 

Finalmente, entre octubre y diciembre de 2023, los oficiales y soldados del ejército israelí, los Herodes de nuestro tiempo, han asesinado a miles de niños y civiles inocentes. Tanto dolor se agrupa en mi costado. Madres desesperadas, huérfanos sin nombre, casas derruidas, bombardeos incesantes, cacerías, dolor inenarrable, complicidad de potencias, los Estados Unidos de Norteamérica pasan de ser presuntos árbitros a cómplices de la masacre. Trato de recordar un villancico que cantábamos en la familia, decía algo como:

Si el mundo de ti se olvida y te deja abandonado
Yo jamás, niño adorado, yo jamás te olvidaré …

No hay eco, el coro se vuelve invisible y afónico; los burritos sabaneros arrastran carretas con ataúdes de cartón;  la noche de paz es quemada con lanzallamas; Papá Noel, el heredero de Nicolás de Mirna,  ha sido acribillado por colonos en una escuela; las campanas de Belén lucen destrozadas en media calle; Rodolfo el reno tiene la nariz roja, ensangrentada; los peces en el río flotan y apestan después del bombardeo con fósforo blanco; el tamborilero yace destrozado por las esquirlas junto a su viejo tambor.

El cinismo y el impudor se manifiestan cuando escucho que alguien, cándido o impasible, palmea mi espalda y dice: ¡próspero año nuevo¡ Cabizbajo, resentido y avejentado voy hasta la biblioteca y busco aquel poema de Mahmud Darwish que prohijó mi sentir sobre algo que merezca la pena vivir, que se imponga sobre el pánico o el rencor, que de lumbre a lo lóbrego, que permita una risa en medio del velorio, que vocee a los vientos que la memoria es más fuerte que la agonía, que el arpa suena en medio del humo, que todavía habrá tiempo de trompo y canicas para la niñez baldada, en fin, algo que me diga que la esperanza respira entre las mazmorras, los escombros y las balas:

Sobre esta tierra hay algo que merece vivir:

la indecisión de abril,

el olor del pan al alba,

las opiniones de una mujer sobre los hombres,

los escritos de Esquilo,

las primicias del amor,

la hierba sobre las piedras,

las madres erguidas sobre un hilo de flauta

y el miedo que los recuerdos inspiran a los invasores.

(…)

Sobre esta tierra hay algo que merece vivir:

sobre esta tierra está la señora de la tierra,

la madre de los comienzos,

la madre de los finales.

Se llamaba Palestina.

Se sigue llamando Palestina.

Señora: yo merezco, porque tú eres mi dama,

yo merezco vivir.[3]


[1] La ganadería elegida, sionismo. Disponible en:         https://www.nodo50.org/redoesteparia/Citas-La%20ganader%C3%ADa%20Elegida-2-Sionismo.html

[2] http://www.rebelion.org/docs/31539.pdf

[3] Mahmud Darwish; Sobre esta tierra; disponible en: https://espai-marx.net/?p=1645

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El Espejo de Eugenia

El espejo de Eugenia: Toña La Negra

Toña en escena era un personaje inolvidable, grande, hermoso, severo y sereno. Era como un pueblo puesto en pie.

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Por Galo Mora Witt

Haití, cuna de la libertad de todos los pueblos de América Latina, ha sido, a lo largo de siglos, región preterida, desdeñada y ultrajada desde adentro y desde afuera, pero su dignidad tuvo defensores y quijotes. Recordemos la epopeya emancipadora de Toussaint Loverture o las hazañas del general Petion y su alianza con el Libertador Bolívar, quien diría en Guayaquil:  Perdida Venezuela y la Nueva Granada, la isla de Haití me recibió con hospitalidad: el magnánimo presidente Alexander Petión me prestó su protección y bajo su auspicio formé una expedición de 300 hombres comparables en valor, patriotismo y virtud a los compañeros de Leonidas … No obstante, tiempo después, pese a la abolición formal de la esclavitud, el pueblo haitiano fue sumido en la miseria y la más ruin explotación,  situación de caos social que originó revueltas, represión, éxodo. Uno de los tantos nómadas de la pobreza fue Severo Peregrino, quien salió de Puerto Príncipe con lo puesto. No tenía nada más.

En una precaria embarcación logró arribar a Veracruz, donde formó su hogar, si se puede llamar así a la amorosa pocilga que lo protegía. Allí nació Timoteo Peregrino Reyes, quien ya en su juventud se convirtió en líder de los trabajadores portuarios. Contrajo matrimonio con Daría Álvarez Campos, y de aquella unión nacieron cuatro hijos. Daría solía cantar en reuniones de estibadores. Una de las hijas, llamada Antonia del Carmen, nacida el 2 de noviembre de 1912 en el barrio La Huaca de Veracruz, fue la heredera de esa voz ronca que la marcó para toda la vida.

Su entonación y voz aterciopelada de amplio registro, llamaron la atención. De las kermeses y dúo con su hermano Manuel pasó al trío Peregrino-Uzcanga, con amplia convocatoria y éxito en el teatro Variedades de Veracruz.

Tras contraer matrimonio en 1927 con Guillermo Cházaro Ahumada, la pareja, con un infante recién nacido, se trasladó a Ciudad de México. Cabarets y salones acogieron a la cantante, entonces conocida como La Peregrina, hasta que el empresario Emilio Azcárraga Vidaurreta y su socio Enrique Contel la bautizaron con el nombre con el que se instalaría en el pináculo de la canción popular: Toña la Negra.

Su desenvolvimiento en los escenarios era tal que Paco Taibo escribió:

Toña en escena era un personaje inolvidable, grande, hermoso, severo y sereno. Era como un pueblo puesto en pie. Algo muy significativo y emocionante. Recuerdo bien su mirada circular hacia la sala, como registrando el número y la calidad de los asistentes y luego su manera de inclinar, muy brevemente, la cabeza para que la música se iniciara.

La negritud, concepto ideológico, cultural, artístico y literario, manifiesto de dignidad étnica y lucha contra el racismo, que izaron el poeta martiniqués Aimé Cesaire, el senegalés Sédar Senghor y el  escritor de Cayena, León-Gontran Damas, tuvo en Toña una intérprete fiel,  pese a ni siquiera sospechar que en tierras caribeñas, africanas y europeas, se levantaban las consignas de justicia para la cultura negra. La performance artística de Toña cautivaba a las audiencias minoritarias, pero la catapulta hacia los grandes escenarios vendría de las manos de un pianista también veracruzano: Agustín Lara, quien conmovido por esa voz, mitad felpa, mitad trueno, escribió para ella Lamento jarocho. Fue presentada en la legendaria estación radial XEW y pasó a formar parte de la plantilla de la compañía disquera RCA Víctor. Su interpretación de Obsesión, bolero escrito por el puertorriqueño Pedro Flores, fue martillazo y perfume, porque escuchar sus quiebres, síncopas y anacrusas, se convertían en temblor y repique:

Yo estoy obsesionada contigo

y el mundo es testigo de mi frenesí.

Por más que se oponga el destino

serás para mí, para mí.

Cenizas, Cada noche un amor, Arráncame la vida, Llanto de luna, Piensa en mí, entre tantos boleros y sones de su repertorio recreaban al propio Lara, a Sindo Garay de la Vieja Trova Cubana, a Gonzalo Curiel, a Rafael Hernández. Así crecía la cantora de despechos, traiciones, prejuicios, alucinaciones, memoria, calor; multitudes coreaban y acompañaban sus quejidos afinados, mezcla de cenzontle y zorzal, o mejor, con feminidad y dulzura, ruiseñora de negros, mulatas, mestizas y todos quienes se sentían identificados con su mensaje de ternura y, aunque nunca hizo política activa, de reivindicación étnica. Por eso guardaba para el final de sus conciertos una canción emblemática, surgida de la pluma del poeta venezolano Andrés Eloy Blanco y la partitura del jaliscience Manuel Álvarez Maciste, Angelitos negros:

Pintor de santos de alcoba,

si tienes alma en el cuerpo,

¿Por qué al pintar en tus cuadros,

te olvidaste de los negros?

Siempre que pintas iglesias,

pintas angelitos bellos,

pero nunca te acordaste,

de pintar un ángel negro.

Toña no era inocente en lo político, y así lo confesó en entrevista datada en 1962, cuando consultada sobre el género de canción social que subyace en la Oración Caribe, respondió:

Al hablar de la canción social como género, o sea como un grupo bien definido de melodías y sobre todo de letras. Yo estaría muy contenta si pudiera interpretar algunas de ellas. Conozco muchas, por ejemplo las del argentino Atahualpa Yupanqui. Mis hijos son muy adictos a él. [1]

Sin artificios ni puestas en escena grandiosas; sin apuntadores ni coreógrafos; sin poses ni efectos especiales, Toña se convirtió en figura crucial de la música popular a los largo de cuatro décadas. El llamado periodo de oro del cine mexicano también la tuvo entre sus estrellas, en films como Payasadas de la vida, Así es mi tierra, Águila o sol, Humo en los ojos, o La mulata de Córdoba, argumento de Xavier Villaurrutia. El título de una de sus películas parece el manifiesto de los desheredados y pobres que silbaban, susurraban, musitaban o gritaban sus canciones: La rebelión de los fantasmas.

Antonia del Carmen Peregrino Álvarez murió en Ciudad de México el 19 de noviembre de 1982. Toña la negra está viva en la marimba, el retumbo la poesía y el ritmo de los negros de Oaxaca, Veracruz, Jalisco, Guerrero, y, por supuesto, en las memorias del porvenir de mujeres y hombres de México, Haití y el continente que en coral huracanado elevan su voz para tararear:

A los que sufren
A los que lloran
A los que esperan
les canto yo

Alma de Jarocha que nació morena
Talle que se mueve con vaivén de hamaca
Carne perfumada con besos de arena
Tardes que semejan paisajes de laca [2]


[1] Beatriz Reyes Nevares; Sensualidad jarocha; Grupo Pipsa; México; 1991; febrero de 1962; p. 257

[2] Agustín Lara; Lamento jarocho

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El Espejo de Eugenia: Olga Costa

Olga era el ángel blanco de la pintura mexicana, no se dejaban seducir por corrientes extranjeras, su contenido nacionalista molesta aún hoy a los que dominan los mercados de la pintura.

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Por Galo Mora Witt

Si se tratase de simbologías vulgares, la decisión de unir sus vidas resultó relevante para el violinista y compositor Jacobo Kostakowsky y su paisana de Odessa, Anna Fabricant, porque el sentido del apellido de Anna, ligado en su significado en español a la fábrica, el trabajo y la creación, redundó en la vocación de sus hijas Olga y Lya. Más allá de esta conjetura tan singular, pretenciosa y hasta cursi, el caso es que la familia decidió emigrar de Leipzig, Alemania, ciudad de nacimiento de las chicas, hasta ultramar, para llegar a México, después de que Jacobo, que había sido condenado a muerte por su participación en la revolución que instauró de manera efímera la República Socialista de Baviera, fuese beneficiario de la amnistía que se concedió a los insurgentes alemanes que sobrevivieron, en virtud de que más de mil doscientos comunistas y anarquistas fueron asesinados por las huestes protonazis de Rudolf Hess y los violentos de la Guardia Blanca del capitalismo.

Tras la larga travesía desde Saint Nazaire, Francia, hasta Veracruz, la familia arribó en 1925. Lya recordaba con pesar que el equipaje y el cartapacio con las partituras de obras de su padre desaparecieron; Olga contaba con doce años. Extranjero es quien tiene el amor en otra parte, escribía Jean Chevalier, y con ese fardo de nostalgia, debieron establecerse en Ciudad de México, cuando Jacobo fue integrado al grupo de violinistas de la orquesta sinfónica de la capital mexicana.

Naturalizado mexicano, Jacobo incursiona en el arte y la política, al afiliarse al partido comunista y la liga de escritores y artistas (LEAR), al tiempo de influir, con Silvestre Revueltas y José Pomar, en cambios sustanciales en el conservatorio. En ese contexto, Olga, ya convertida en Costa, que pese a no ser apellido común en México era el que más se acercaba a su original Kostakowsky, inicia en 1933 sus estudios formales de pintura con el maestro Carlos Mérida en la Escuela Nacional de Artes Plásticas. Sería Mérida quien acuñaría a Olga como “el ángel blanco de la pintura”.

Olga recordaría aquellos años con singular modestia:

Me gustaba pintar pero de ahí a ser pintora sentía yo que había un gran trecho. En realidad estaba en el umbral y me sentí comprometida a dar el paso delante por los artículos que José Revueltas y varios críticos escribieron a raíz de mi primera exposición individual en 1945, a invitación de Inés Amor. Empecé entonces a aspirar a ser pintora y permanecer fiel a la corriente de la pintura mexicana, pero con un estilo muy propio. Carlos Mérida decía que Olga yo era el ángel blanco de la pintura mexicana pues mi pintura jamás fue de compromiso. La gran mayoría de los pintores mexicanos se dejaban seducir por corrientes extranjeras que no tenían nada que ver con ellos y empezaron a atacar la pintura mexicana; su contenido nacionalista molesta aún hoy a los que dominan los mercados dela pintura. [1]

En un taller de litografía conoció a José Chávez Morado y en 1935 contrajeron matrimonio. La pareja sería inseparable. Xalapa, Guanajuato, San Miguel de Allende, Ciudad de México, sus lugares de residencia, los vieron caminar de la mano, volar juntos, pintar el uno para el otro, sentir en la mirada la compenetración, aprobación o crítica de su arte. Decía que lo que más le sorprendió es que sus cuadros se hayan vendido. Contaba que con su marido pintaban codo con codo, sin tener la mínima intención de copiarse.

Un mensaje de prosperidad para nuevo año es fiel imagen de esa compenetración de dúo y eco. Bajo el mensaje: les deseamos lo mejor para 1947, y con las firmas José y Olga Chávez Morado, la pareja está sentada frente a frente; cada uno con su paleta y godete y pinceles en mano derecha. Él instalado en una silla encordada, mientras un gato balancea la mecedora en la que Olga está sentada. Si en lugar de los lienzos que los separan hubiesen colocado un espejo unidireccional de espía o interrogatorio, sus ojos estarían frente a frente, luminosos y amados, quizá en la lid para ver quien de los dos pestañea primero

A diferencia de su padre, quien decía que la música debía estar al servicio de la lucha de clases, Olga no se involucró directamente en la política, aunque siempre confesó su filiación de izquierda, al punto de montar una exposición en conjunto con Frida Kahlo en 1947. Operó en esa renuencia a participar activamente la diferencia conceptual sobre el arte y el compromiso que sostenían Chávez Morado y Diego Rivera. No obstante, es en el arte donde se expresa su humanismo, su mirada al mestizaje cobrizo, a las flores de México, a la fraternidad, como en el extraordinario óleo Hermanitos, donde el infante que cobija a su hermana lo hace con el rebozo femenino.

La estética vegetal y botánica, retratos y autorretratos, el cromatismo en el que priman los colores de la vida cotidiana de tianguis, nísperos, hojas, vendedoras de frutas, forman el gran corpus y mosaico que sus ojos atrapaban, sin estereotipos, tópicos o caricaturas. Difería del realismo social y, Carlos Monsiváis expresa con claridad esa distancia:

No le interesó comprometer su obra, por lo que se mantuvo a distancia de los Grandes Temas y las Alegorías Emancipadoras, fiada en los poderes y en la falta de poderes del arte, en la aventura mínima y máxima de cada cuadro o dibujo. Creía en la coexistencia pacífica del estilo y concepciones pictóricas, y para probarlo mudaba continuamente sus formas. [2]

Decía en su vejez, al hacer un balance de su matrimonio con Chávez Morado: Son muchos años, no es común que duren tanto tiempo y menos con gente del mismo oficio. El 28 de junio de 1993 Olga falleció en Guanajuato. José la sobrevivió una década, para cerrar sus ojos en la misma ciudad en 2002. Su amor desde entonces florece en óleos y murales, pescando a río revuelto, como ese famoso cuadro de Chávez Morado, collage de saltimbanquis, coches, campanarios, iglesias, banderas, prótesis, vasijas, harapos, plantas, altares y pan, es decir, la vida.


[1] Olga Costa; Apuntes de Naturaleza; INBA; 2013; Ciudad de México; p. 13

[2] Olga Costa, la fiesta del color y la sensualidad; Carlos Monsiváis, cita, disponible en: https://www.otroangulo.info/sin-categoria/olga-costa-la-fiesta-del-color-y-la-sensualidad/

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