París 2024 tiene un gran reto económico y ultima los detalles para hospedar los trigésimo terceros Juegos Olímpicos de la historia. En apenas unos días, la capital gala reunirá cerca de 11 mil deportistas de más de 200 países en las casi tres semanas que dura la celebración. 

En 2017 la sede francesa fue elegida en Lima, Perú, durante un encuentro atípico. No había otras candidaturas que quisieran hospedar los Juegos Olímpicos en 2024. ¿El motivo? La elevada factura económica y deuda pública que ha dejado esta celebración tras su paso por las ciudades.

Los últimos juegos en Tokio, por ejemplo, fueron unos de los más caros de la historia, tuvieron un presupuesto final que llegó a los 13 mil 600 millones de dólares cuando el presupuesto inicial era de seis mil 800 millones de dólares; por lo que pasaron de los “Juegos de la recuperación” a los primeros pospuestos, sin público en las gradas y como uno de los más caros hasta la fecha.

“Garantizar la estabilidad de los Juegos Olímpicos durante 11 años es algo extraordinario”, compartía un emocionado Thomas Bach, presidente del Comité Olímpico Internacional (COI), durante el evento en la capital peruana. Se refería a que, de paso, el Comité había elegido a Los Ángeles como la sede de los Juegos de 2028. 

Mientras en 1997 había 11 ciudades compitiendo por ser la sede de los Juegos de 2004, en 2017 solo dos ciudades se animaron a postularse ante la retirada de ciudades como Hamburgo, Roma o Budapest; por lo que se decidió adjudicar dos sedes de una vez. 

Desde Roma 1960 los JJO tienen un sobrecosto

La profesora emérita de la Universidad de Toronto y también autora de Resistencia de la industria olímpica: desafiando el poder y la propaganda olímpicos, Helen Lenskyj, sostiene que el COI tomó la decisión de elegir dos sedes para ganar tiempo y encontrar una solución a largo plazo para que las ciudades se animen a albergar los Juegos. 

Pero según un estudio de la Universidad de Oxford titulado Regression to the tail: Why the Olympics blow up todos los Juegos desde Roma 1960 han tenido un sobrecosto promedio del 172%, mientras que los de Tokio 2020 podrían haber llegado al 244%.

Otro ejemplo recordado del incremento económico se dio en Atenas 2004, los informes posteriores revelaron que el coste final se incrementó al triple de los seis mil millones de euros presupuestados inicialmente.

Años atrás en Montreal 1976 sucedió lo mismo con un costo de mil 200 millones de dólares (unos seis mil 180 millones de dólares ajustado a la inflación actual), que sus ciudadanos tardaron cerca de 30 años en pagar con impuestos especiales.

El ocaso del modelo olímpico

La pregunta obligada es ¿cómo llegó el COI hasta está situación?, ¿por qué aumentaron tanto los costos para las ciudades? 

El punto de inflexión entre el pasado y el presente de los Juegos Olímpicos se dio en la edición Los Ángeles 1984, pues le permitió al COI aumentar las exigencias para la postulación. 

Cada vez más espectadores encendían la televisión para ver a sus países competir por el oro olímpico y cada vez más personas tomaban un avión para vivir la experiencia olímpica en carne propia, una afirmación que el Comité reafirmó en el éxito de Barcelona 1992 y que a su vez esparcieron la leyenda de que estos macroeventos resultan una buena inversión para las ciudades. 

Incluso el Comité Organizador sostenía que aunque si había pérdidas en el corto plazo, habría ganancias en el largo, porque la infraestructura de las ciudades se modernizaría y recibirían una cantidad de turistas inédita.

Barcelona 92, un caso de éxito

La edición de Barcelona 1992 recibió inversiones masivas a través de un modelo de economía público-privada que, según el profesor de la Universidad de Barcelona Ferrán Brunet, rondaron los 10 mil 330 millones de dólares, de los cuales un 83% fue destinado a mejorar infraestructuras urbanas y de transporte, mientras que sólo un 9% se asignó a las instalaciones deportivas. 

El impacto económico se tradujo en 20 mil siete millones de dólares, pasó de recibir 1,7 millones de turistas en 1990 a más de 15,6 en 2023. Las mejoras en infraestructuras y servicios públicos elevaron significativamente la calidad de vida de los barceloneses, recoge Brunet en el informe Mosaico Olímpico.

Pero los Juegos Olímpicos no siempre son rentables, Río de Janeiro se convirtió en la debacle del modelo en la que el COI y los patrocinadores se beneficiaban económicamente a diferencia de las ciudades sede. 

Los brasileños lograron la candidatura venciendo a Madrid, en parte, porque ya tenía la Copa del Mundo de 2014 y se quería aprovechar que Brasil era una economía emergente.

Sin embargo, los costes iniciales de cuatro mil 400 millones de dólares se elevaron a los 20 mil millones, la construcción de los complejos sin un plan sólido de uso de las instalaciones después del evento dejaron recintos abandonados, desplazaron a familias desde zonas urbanas empobrecidas como las favelas y elevaron las críticas no solo desde lo económico, sino también desde el punto de vista social: ¿cómo justificar que tienes que hacer una inversión muy fuerte en algo que ni siquiera sabes si vas a conseguir o no?, ¿los ciudadanos prefieren albergar unos Juegos o la inversión en sanidad o educación?

Agenda 2020, ¿la solución?

París pretende enterrar el pasado y marcar el inicio de un ciclo al que el COI ha puesto nombre propio: Agenda 2020, una hoja de ruta adoptada en 2014 y compuesta por 40 recomendaciones basadas en “la credibilidad, la sostenibilidad y la juventud”, que busca promover que las ciudades candidatas presenten propuestas de organización más responsables medioambientalmente y, principalmente, rentables. 

Desde enero de 2023, el Comité Olímpico Internacional ha roto con el modelo de elección histórico y ha adoptado una estrategia que denominan Targeted Dialogue (diálogo dirigido en español).

Targeted Dialogue tiene en cuenta, como punto de partida, los contextos político, ambiental, socioeconómico, de desarrollo y derechos humanos de cada ciudad, además de explicar la visión detrás del proyecto y los beneficios que traería a las comunidades locales. 

Fuentes del Comité explican que cuando la organización detecta que una ciudad cumple los parámetros, se entablan conversaciones para forjar una posible candidatura y, eventualmente, anunciar que será la futura sede de la justa veraniega.

Adicionalmente, el proyecto debe estar alineado con los planes locales de desarrollo socioeconómico a largo plazo, utilizando principalmente las instalaciones deportivas existentes incluso si están fuera de la región anfitriona principal y construyendo solo nuevos recintos si existe un legado sólido y un caso de negocio, en consonancia con las necesidades de la población.

¿París 2024 en riesgo de endeudamiento?

Para valorar la repercusión definitiva de París se tendrá que esperar, pero por el momento, hay proyecciones que hablan de un impacto económico de entre seis mil 700 millones de euros y 11 mil 100 millones de euros, según el estudio del Centro de derecho y economía del deporte de la francesa Universidad de Limoges, cuyos datos abarcan desde 2018 hasta 2034.

El escenario intermedio del informe valora la contribución económica en ocho mil 900 millones de euros, bastante más de lo previsto por el Tribunal de Cuentas francés. El turismo representará un 30% de la cuantía total esperada, gracias a la visita de entre 2,3 millones y 3,1 millones de turistas, dejando a su paso un gasto estimado de dos mil 600 millones de euros según la Oficina de Turismo de París. El 42% restante procederá de los ingresos previstos por la organización de los Juegos Olímpicos y Paralímpicos.

Desde el Comité Olímpico Internacional sacan el pecho por el modelo de financiación de París 2024 con una sonora afirmación: “Los Juegos se financian a sí mismos”.

Se ha dicho que el 96% del presupuesto destinado a la organización de los Juegos Olímpicos y Paralímpicos de París 2024 (cuatro mil 400 millones de euros) procede del sector privado, mientras que el 4% restante viene de origen público, está destinado a la organización de los Juegos Paralímpicos.

Para el COI, París 2024 será toda una declaración de intenciones, la primera aplicación real de la Agenda 2020 y un precedente para la supervivencia —o no— del macroevento deportivo por antonomasia. ¿Oro, plata o bronce económico?